¡OH, DIOS!

¡Oh, Dios! cuán dulce es tu encanto,

tu suave aroma que todo desprende,

tu mirada amorosa que todo pacifica,

en la noche oscura del alma mía,

donde el amargo instante,

desolador y desconocido,

hace que todo muera

a mi alrededor,

y a su vez renazca

junto a ti.

¡Oh, Dios! en inmaculada presencia

inundas todo lo que veo

como si mágicamente el brillo

de lo imperecedero

saliera a encontrarme en lo finito,

como si misteriosamente

la vida resurgiera de la muerte.

¡Oh, Dios! gran amado, despiertas

mi interior, y mi corazón

estalla de plenitud,

como en el momento

más oscuro de la noche,

ese minuto antes del amanecer,

así resurges en mí

en el desierto más inhóspito

y seco,

así quemas la maleza

que hay en mí

para que solo brillen

las hojas frescas

del árbol

de vida eterna.

Silvina Garrido Hermann

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