Si la gaviota fluye serenidad en su vuelo,
y si el alerce impávido respira cielo;
si la alondra canta alegre en la aridez,
si el flamenco camina suave en su esbeltez.
Si el azahar destila dulzor en aroma,
y si el tucán en su pico colores dona;
si el zorzal goza al imitar al jilguero,
si el petirrojo canta bajo el lucero.
Si la garza bate lento sus alas blancas
y la luna es dueña del señor sosiego;
si el mar en la arena brota apego,
y el sol nunca se pone otras máscaras.
Es hora de que se conozca el hombre
en su historia de millonarias armas;
es hora de reencontrarse el hombre
en su diáspora de mutiladas almas.
La noche susurra al hombre nuevo:
“¿Por qué eres el único inquieto,
si la avaricia colma hastío
mientras la paz brilla al unísono?”
Silvina Garrido Hermann