La vida es el camino para abandonar el miedo. Es la máxima que surge luego de haber sentido en innumerables ocasiones ese ardor interior ante la presencia de una amenaza que alerta la mente. Es cierto que cualquier hecho puede generar en nuestra mente esa sensación de peligro inminente que luego se transforma en una emoción fuerte en el cuerpo. Podemos sentir temblor, interior o exterior, e incertidumbre sobre qué respuesta tomar.
Cuántas veces hemos atravesado esas situaciones. Primero es la historia que cuenta la mente: “te quedarás sin”, “perderás a alguien”, “estás enfermo”, “tal vez le quede poco tiempo de vida a”, “tendrás problemas financieros”, “podrías quedar sin empleo” y tantos otros relatos mentales a los que te subes cotidianamente pensando que tal vez “si tomas alguna medida podrías prevenirte del mal”. Cuando hemos hecho una rutina del miedo, éste viene a nosotros ante cada situación de vida, por más simple que sea. Hemos entrado en ese laberinto de creer que el miedo nos anuncia un problema a futuro y por eso creemos en él.
Nada más alejado de la verdad. El miedo, sin embargo, es nuestro entrenamiento hacia la verdad. La valentía de no huir, es el amor por la Verdad. Entonces qué nos queda. Cuál debería ser nuestra respuesta al miedo. El abandono. Abandonarse a él es la respuesta adecuada. Es la que la vida espera que tomemos para comprobar que hemos aprendido la lección. Pero somos malos aprendices. Somos los típicos alumnos a quienes hay que repetirles constantemente la lección. Hasta que finalmente llega el día en que nos damos cuenta.
Ese darse cuenta es generalmente un “click”, un “lo he visto”. Porque en algún momento miramos para atrás y vemos el mecanismo repetitivo y cerrado. Entonces despertamos. Es como si de repente viéramos que habíamos estado soñando todo el tiempo. Y ahora nacemos a este momento, sin sueños, sin tiempo, sin miedo.
Y no importa si nos ha llevado toda la vida este proceso, porque el tiempo del mundo no significa nada. El llegar a este momento de “abandonarse al miedo”, sin pensamientos, sin mente dirigiendo, sin expectativas, sin logros. Solo se trata de morir como un abandonarse, de dejar que el miedo nos abrace. Porque al permitírselo, deja de ser lo que nunca fue.
En verdad, la vida es muy simple.
SILVINA GARRIDO HERMANN