LA VENTANA

Habían pasado muchos años. Era una mujer fuerte. Sentada en su silla de ruedas, frente a la ventana, observaba cómo los pájaros se paraban en las ramas del árbol frondoso. Era su rutina matutina y, a veces, también vespertina. El silencio era profundo. Pero ya disfrutaba de él.

Apenas recordaba cuando era joven y podía caminar en el jardín, en la calle, hacia el metro. Iba y venía, siempre con mucha actividad. Corriendo, corriendo. Tal vez su hiperactividad hubiera intuido que en algún momento el mundo iba a parar.

Sus recuerdos eran de alegría. Tanto tiempo compartido con el gran amor de su vida, que ya no estaba. Sola permanecía escuchando el silencio, día tras día. Había gente que le traía los alimentos, la higienizaban y le limpiaba la casa, pero igualmente ella seguía escuchando el silencio.

La vida había sido milagrosa con ella. Al menos eso pensaba. Pero también le había quitado todo aquello que más le gustaba: su compañero, escribir y caminar.

Y el minutero continuaba girando. Sin embargo, en su interior era feliz. Tal vez ella hubiera elegido este pasar, convencida de que era su camino para trascender. Quizás dolía su cuerpo y, también algo la soledad, pero aceptaba esta nueva aventura de solo ser.

Recordaba otros tiempos, en familia, en la casa con aroma a hogar, en otro país. Todo parecía ahora un sueño, como si nunca hubiera sucedido. También a su hijo amado, con quien hablaba casi todos los días unas palabras por teléfono. Se sentía dichosa y bendecida por tener un hijo tan amoroso y creativo. Un poco de orgullo, además, por haber contribuido en algo a esa semilla.

La gran compañía seguía siendo el silencio, que a veces hablaba. Traía ante sí una frase sentida donde se le revelaba alguna solución o algún mensaje del Universo.

Esta mañana, estaba algo inquieta. Sentía cansancio en su cuerpo, aunque sabía que podía aceptar el dolor. Era algo en su mente, pero no podía observarlo con claridad.

Siguió observando a los pájaros, a un perro que paseaba junto a su dueño por la plaza, al sol reflejándose en una cabellera rubia de una señora que iba con un carro de compras. Su ventana era como su televisor, la apertura al mundo exterior. Si bien se entretenía mirando, donde más disfrutaba era de estar en conexión con su interior.

Cuando el mundo se detuvo para ella, aumentó su consciencia de sí misma. Comenzó a disfrutar de solo ser.

En un instante, una frase vino a su mente: “Despierta, solo ha sido un sueño”. Respiró profundamente y sonrió.

SILVINA GARRIDO HERMANN

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