SOLO QUEREMOS LLEGAR A CASA

En la rutina del día a día, viajamos acorralados por nuestras propias circunstancias. Nuestros rostros reflejan la locura del mundo. Abducidos por la tecnología, caminamos creyendo tener un rumbo cierto con un objetivo valioso para nuestras mentes. Ciegos, en el metro, ciegos en la calle, ciegos en el trabajo, en nuestros hogares, corriendo siempre corriendo.

Desinteresados por los otros, sumergidos en “nuestros propios problemas”, vamos de aquí para allá buscando soluciones en nuestra mente, soluciones que creemos están en nuestro poder. Estamos convencidos de poder con todo: con la política, con la economía, con la sociedad, con la enfermedad, con la pandemia, con todo cuanto se nos presenta como un supuesto problema del mundo.

Hacemos del estrés nuestro habitat habitual, al cual nos acostumbramos como si fuera la condición necesaria de la normalidad. Estamos tan alejados de nuestra verdadera identidad que no podemos desconectar ni un segundo de la mente “parlanchina” que nos habla constantemente diciendo “los debería” y los “me convendría”. Esa voz que nos habla de miedos y culpabilidades y nos sumerge en el sufrimiento continuo.

El metro es un reflejo del mundo. Ahí dentro la gente no se mira. Cada uno está en su diálogo interno. Al ver los rostros, vemos que todos hablan de algún padecimiento o incertidumbre. Es como una fotografía del mundo. Caras cansadas, miradas tristes añorando llegar a “Casa”. Y literalmente todos queremos llegar a “Casa”. Porque nuestro hogar no es este mundo enloquecido. Nuestro hogar es ese sentir de paz profunda que habita en nuestro interior que somos conscientes cuando acallamos la mente. Si pudiéramos darnos cuenta de que no carecemos de nada, que todo cuanto necesitamos el Universo nos provee y que todo obra para nuestro bien, estaríamos disfrutando del ahora, sintiendo éxtasis de cada instante. Estaríamos viendo al mundo que está frente a nuestro ojos, como el milagro de la Vida misma.

Cierro los ojos y veo

la belleza y el amor

presentes en mi corazón

¿De qué puedo quejarme?

Si todo es sabiduría

y el Tao soy.

Todo aquello que percibo

como oscuro

es solo un sueño

de mi mente,

que ahora veo

desde el interior.

Silvina Garrido Hermann

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