La España de hoy pareciera ser dos. Una, la que se ve por televisión: el espectáculo de los políticos y sus “proyectiles verbales cotidianos”. La otra, la de la calle y la tradición de las terrazas.
El nivel de crispación en la política española muestra hasta qué punto el ego ama el poder y se cree todopoderoso. España no es la excepción. Lo mismo se ve en muchos países donde los políticos parecieran estar totalmente desconectados de la sociedad, de los hombres y mujeres cuyas vidas se vuelven duras por circunstancias económicas y sociales generadas por la pandemia. Y más aún, donde la muerte se sigue haciendo presente día a día, con cifras menores, pero presente aún.
A las colas del hambre se suman las manifestaciones de empleados despedidos, tales como los de Nissan, fábrica que cierra sus factorías en Barcelona y deja sin trabajo a 3.000 empleados directos y 20.000 indirectos. Y esto pareciera no ser tema a tratar. Los políticos siguen bombardéandose en los debates parlamentarios con insultos y todo tipo de comentario personal agresivo, de tal nivel que hasta un niño quedaría anonadado del nivel de impunidad con que se lanzan “las bombas” hacia una dirección y hacia otra de los estrados.
La España de hoy pareciera ser dos. Una, la que se ve por televisión: el espectáculo de los políticos y sus “proyectiles verbales cotidianos”. La otra, la de la calle y la tradición de las terrazas. Volvieron las terrazas y para una gran mayoría de españoles, “se acabaron los problemas”. El lugar exterior de un bar, una cafetería o restaurant, generalmente ubicado en la acera, es el templo del encuentro donde miles de españoles tradicionalmente se dan cita a la mañana para el desayuno, pasado el mediodía para comer y a la tardecita para “las tapas y la cervecita”. Por si no quedó claro, si algo no se puede hacer en España es no ir a las terrazas. Es una tradición que habla del valor del encuentro con amigos y familia en un lugar público para disfrutar de alguna “exquisitez” catalana, gallega, andaluza…que provenga de cualquier rincón de esta unión de naciones.
¿Cuándo y cómo surgió esta costumbre tan arraigada? Fue a mitad del siglo XIX cuando los madrileños comenzaron a disfrutar de paseos por el Pasaje de Matheu, que une la calle Espoz y Mina con la calle Victoria de Madrid. El lugar trató de parecerse a París. En esos años las galerías comerciales estaban de moda en toda Europa y el Pasaje en sus inicios fue una galería de tiendas. En 1870 surgieron los dos primeros locales con terrazas en sus respectivas entradas. Uno se llamó Café de París y el otro Café Francia. Sus dueños eran respectivamente uno monárquico y conservador y el otro, revolucionario y republicano. Una muestra significativa de lo que sería luego España.
En la actualidad, en pleno siglo XXI y post-coronavirus, se abrieron las terrazas y la normalidad llegó. Al menos una normalidad que tiene poco de habitual. Se ve a la gran mayoría de jóvenes y adultos sentados junto a las mesas – ahora distantes – con sus respectivas mascarillas tomando la cerveza tan añorada, saboreando las tapas, mariscos y patatas bravas tan anheladas.
Este escenario nos ratifica que el hombre es un animal de costumbre, que cuando sale de su rutina se siente perdido y solo ansía regresar un día a “la esperada cotidianidad”. Y es justamente allí donde la vida una y mil veces interrumpe trayendo algún imprevisto, llámese “pandemia”, “catástrofe”, “adversidad”, “enfermedad”, “desempleo”, “situación familiar”, “situación personal”, que nos regresa al momento presente, para solo vivir el ahora, sin acordarnos siquiera del pasado ni poder pensar en el futuro. Esos hechos nos traen mensajes de vida, los cuales nos recuerdan que solo vivimos el ahora.
La pregunta sería entonces: ¿cuántas veces más deberíamos experimentar estas situaciones que la vida nos trae para transformarnos? ¿Cuántas veces más debemos pasar adversidades de todo tipo para que alguna vez por todas podamos dejar de lado los enfrentamientos, las disputas de poder y tomar consciencia y empezar a valor ser simplemente vida cooperando todos para todos? Porque si llegáramos a esa instancia, seguramente dejaríamos “las agresiones” con quienes nos rodean, dejaríamos también de valorar “el consumismo y la frivolidad”. Ya no les otorgaríamos significado alguno. Serían neutros.
Porque si en verdad nos dejáramos transformar por estas situaciones de dolor, seríamos más humanos, más solidarios, olvidaríamos toda bandera política y abriríamos nuestros corazones a los demás, otorgando valor al servicio en pos del bienestar de todos. Y hasta, agradeceríamos a “la adversidad mensajera”.
Silvina Garrido Hermann