El aroma a chocolate
y la niña que lo bate
con el silencio
en su armadura,
entre habladurías
de grandes.
Añora el tiempo de juego
no pertenece a las cafeterías;
la súplica en los ojos
hacia la madre
que no la mira.
Ni el regalo a su hermanito
que pronto nacerá,
ni el bocadillo saborear,
nada huele a amoroso.
Es necesario tapar
el dolor
con comida,
sin embargo nadie
observa
el grito callado
de la niña.
Las miradas de los mayores
sobre ella saben posar
porque de pequeña
no son sus formas
porque sus ojos
serios
de inocencia
disfrazada
en vulnerabilidad,
parecen
reflejar.
Los pasteles
y el refugio,
la tristeza
y las fresas,
todo sabe
a rechazo
de un mundo cruel
y de engaño.
SILVINA GARRIDO HERMANN