LA LOCURA DEL MUNDO

Correr de aquí para allá no es el sentido de la vida, aunque pareciera serlo. Vamos de un lado para otro en busca de objetivos, generalmente materiales. Un mundo de locos. Totalmente alienados, desconectados de nuestro sentir, caminamos “obligados” de aquí para allá obedeciendo a la mente egoica que nos indica “los debería”, “los tendría” y “los me convendría”. Hemos perdido la brújula que nos indica el aquí y ahora.

Aturdidos por la mente vamos viajando del pasado al futuro. Creemos que la vida se trata de “solucionar problemas”, y que nosotros tenemos el mando. Ni siquiera nos hemos dado cuenta de que “todo es como tiene que ser” y que “no tenemos el control de nada”.

A muchas personas, esto de no tener el control de lo que sucede no les resuena. Están tan sometidos a su mente “de separación” que creen que todo cuanto sucede en su experiencia es debido a sus logros y errores. No se dan cuenta de que el fracaso y el éxito es solo una interpretación en sus mentes.

Sin embargo, otras personas han tomado consciencia de que no hay control sobre lo que sucede pero sí sobre “cómo reaccionamos ante lo que nos sucede”. El único libre albedrío que tenemos es si lo que nos muestra el escenario lo vivimos desde el miedo o desde la aceptación profunda.

Y aquí es cuando la resistencia juega una mala pasada. Para algunos, la aceptación es rendición, es dejar de hacer y caernos rendidos ante una situación. Pero este entendimiento de la aceptación no tiene nada que ver con un estado de consciencia. Allí no se ha puesto luz, sino que se continúa en el laberinto de la oscuridad.

La aceptación profunda de lo que es, tiene como ingredientes la gratitud y la alegría. Aceptamos “consciente-mente” cuando sea lo que suceda trae aparejado el dar gracias porque nos brinda la posibilidad de ver con otros ojos. Agradecemos cuando percibimos que una experiencia nos trae un mensaje de sanación mental. Una creencia inconsciente ahora se hace consciente y, por ende, podemos dejarla ir porque es falsa. Y la aceptación profunda trae alegría porque nos sumerge en la plenitud y paz, nuestra verdadera identidad. Si no sentimos alegría, es porque no estamos viendo con el espíritu, sino que continuamos con los ojos del cuerpo y la mente limitante-alienante-delirante.

Ya muchas veces hemos percibido la locura de esa mente egoica que nos hace creer que el miedo tiene sentido porque nos previene de un mal, cuando en realidad nos introduce aún más en la oscuridad y el sufrimiento.

El delirio que constituye el ego y la identidad egoica continúa hasta que una circunstancia que creemos externa, nos hace ver la verdad. Entonces, empezamos a percibir que toda experiencia es generada por nosotros mismos desde nuestro discernimiento y elección.

Hasta que no nos libremos de ese sentido de culpabilidad que creemos cierto en nuestro interior, no podremos crear una experiencia mejor. No necesitamos sufrir para tomar consciencia. Sin embargo, sufriendo siempre llega un momento en que la luz está a nuestra disposición para observarla.

La vida es la mejor maestra. Aprovechemos las experiencias para poner luz en nuestro interior y poder reconocernos como canal del Poder Creativo y Divino.

No cambiamos nada, solo permitimos que el Universo obre a través nuestro.

SILVINA GARRIDO HERMANN

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