UN INSTANTE

Era un día diferente. Había algo en el ambiente que inspiraba a especial. Sin embargo, ella no sabía por qué. Sentía en su interior una brisa purificadora que convertiría en milagroso ese momento de plena armonía y paz.

Estaba en la sala de espera, en un lugar desconocido. La rodeaban muebles de antaño y lámparas majestuosas. En la pared un dibujo de figura humana que transportaba hacia la belleza y la creatividad. Verdes hojas en macetones invitaban a la naturaleza a estar presente también. Acompañaban ese instante.

No sabía bien qué sucedería. Ella aguardaba a ser recibida. Las revistas en la mesa pequeña se ofrecían a ser leídas, a compartir con sus manos el ahora. Pero ella no quería evadirse de esa fragancia y energía poderosa que emergían de un lugar desconocido pero que la hacían sentir en su hogar.

De repente, se abrió una puerta y el sonido quebró su atención. Su percepción interior giró al afuera. La hicieron pasar a una sala aledaña donde la esperaba un hombre calvo vestido de blanco que la invitó a sentarse frente a su escritorio.

Lo escuchó hablar pese a que su atención estaba aún en esa sensación de suavidad y frescura que nunca había sentido. Y el hombre seguía hablándole. Dijo “la enfermedad…” y sus oídos se abrieron por un instante. Luego el bullicio. Continuó hablándole, pero ella ya no estaba ahí. Su mente se había puesto en blanco y su consciencia se expandió.

Toda su vida había transcurrido en busca del éxito profesional y el dinero. Viajes, lujos, reuniones. Aviones, compras, vestidos, cenas. Negocios, familia, interés. Todas palabras que ella manejaba desde muy joven. Pero ahora algo había cambiado en segundos.

Mientras observaba el rostro del médico, con sus arrugas marcadas, sus ojos claros saltones y sus pocos cabellos canosos que asomaban pese a su calvicie, recordó a su padre. Y también a su madre. Cuánto les había cuestionado durante su juventud y adultez, esperando y deseando que cambiaran su personalidad. Se río de lo absurdo que ahora le resultaba querer cambiar algo de “este sueño”.

En ese discurso del médico hablando de su enfermedad y el poco tiempo “que quedaba”, tomó consciencia de la irrealidad del tiempo y del espacio. Era un escenario más, uno de tantos, cambian continuamente, se dijo. Ella sabía ya que todo lo que cambia no es real. Entonces se dejó llevar por las palabras, los aromas, las sensaciones…

Señora, ¿me ha escuchado bien? ¿comprende lo que le estoy diciendo?

Ella asintió con la cabeza y por dentro continuó riendo. Sabía que el que no comprendía era él. Ese hombre ahí sentado creyendo tener conocimiento de dónde esta la vida y afirmando que la muerte es el fin. Ella miraba con otros ojos y sabía que todo es transformación.

Se despidió y se dirigió a la puerta de salida. Ya no era la misma.

Silvina Garrido Hermann

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