CUANDO PASE TODO

¿Puedes imaginar una sociedad igualitaria, donde cada una de las personas seamos iguales, ya que nuestra humanidad es la misma en todos? ¡Qué maravillosa sociedad sería que desde el más poderoso hasta la persona más pobre y hambrienta sean lo mismo! Tal vez aún haya algo que deba enseñarnos este virus que arremetió contra el planeta.

Las llamadas colas del hambre son cada vez más notorias en España. Personas y personas haciendo cola en alguno de los servicios comunitarios que ofrecen una bolsa de alimentos – como leche, arroz, galletas, patatas y otros – son notoriamente visibles en las ciudades más pobladas españolas, dejando de lado esta vez la vergüenza – si es que puede haber vergüenza al pedir comida – y el estigma -si es que puede haber estigma al pedir comida -. Esta vez sí se deja de lado “lo que podrían pensar los otros” porque el vacío del estómago es más fuerte.

Una realidad que al verla, duele el corazón. ¿Cómo es posible aún que miles y miles, que millones y millones de personas de todo el mundo, atraviesen esta situación de no tener qué comer, cuando sigue habiendo personas cuyo patrimonio es millones y millones de euros, de dólares, que aseguran en bancos, tal vez de paraísos fiscales? ¿Cómo hemos podido fabricar una humanidad tan deshumanizada? ¿Cómo es posible que hayamos fabricado una sociedad tan insensible al dolor ajeno, tan mezquina y desinteresada por el prójimo? ¿En qué trampa hemos caído para creernos especiales y poderosos y tachar a los desamparados, haciéndolos no visibles en nuestros corazones?. Tildar a los hambrientos de “haraganes”, de “no querer trabajar”, es aún más humillante y cruel.


Sin embargo, no todo está perdido en esto que solemos llamar “humanidad”. Lloro y me conmuevo al ver a “Las Patronas” de México, que en su día a día, cocinan y dan alimento a miles de migrantes centroamericanos que huyen del hambre y la miseria, subidos a un tren que los conduce, en muchas ocasiones, a la muerte. Ellas “comprenden” la divinidad que habita en todos. Tantos desprotegidos por el sistema, excluidos de poder cubrir sus necesidades básicas, huyendo al norte de México y tratando de acercase cada vez más al “sueño americano”. Y allí están ellas, madrazas de la humanidad, arrojando la comida que amorosamente elaboraron al tren que no para, ni siquiera disminuye su marcha. En los techos viajan colgados los hijos de la humanidad.

Es solo un ejemplo que gráfica el amor que habita en cada corazón, si es que estamos decididos a ver la verdad.

Pero también están quienes no quieren ver ese amor y apuntan a juzgar, criticar e ir en busca del “dios dinero” en lugar de comprensión para aquellos que están sufriendo hambre, en esta nueva realidad que nos toca vivir y que será por unos cuantos años más, seguramente.

En el otro extremo del hambre, en la sociedad española, se encuentran aquellos ansiosos que solo pretenden que los números vayan sumando. Ellos buscan olvidar o tan solo negar las muertes y los contagios y sentencian que hay un gobierno que “adrede” busca hundir a un país. Tan ilógica es la sentencia que ningún sentido común podría siquiera analizarla.


Convencidos o no, salen a la calle con cacerolas y cucharas a protestar en una especie de circo con tinte electoral, como negando el dolor que forma parte del paisaje y avivando el fuego que aún arde.

Las cacerolas, las protagonistas, pero para algunos: una herramienta política, y para otros un medio para poder comer.


Unos y otros perdidos en este escenario, sin saber para dónde caminar. Y así vamos, entre la muerte, el dolor, el juicio irracional, la insensibilidad y dando por ausente toda muestra de solidaridad. Tal vez sea solo esto que vino a enseñarnos el coronavirus: SOLIDARIDAD. Y aún no hemos comprendido.

Cuando pase todo, ¿habremos interiorizado su significado?


Silvina Garrido Hermann


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