PROFESORES CONSCIENTES

Según Neus Sanmartí i Puig, química y profesora española, catedrática emérita de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Autónoma de Barcelona, un buen docente implica tener “arte”, “ciencia”, “técnica” e “ideología”. El buen profesor se ha preparado, ha estudiado, ha aprendido el arte de enseñar, sabe utilizar las técnicas y la tecnología y posee una filosofía: todos los alumnos pueden mejorar y podemos aprender entre todos. En general, todos estamos de acuerdo en que la mejor receta es «planificación, gestión, creatividad e innovación y afectividad», pero los porcentajes en estos parámetros cambian según las opiniones. Sin embargo, hay algo que tal vez no tengamos tan presente al momento de ejercer la docencia.

En este proceso de formación y experiencia para lograr ser un “buen profesor/a” es fundamental el rol que cumple la reflexión. Es necesario ponernos a reflexionar continuamente sobre el proceso enseñanza/aprendizaje para desandar los errores y avanzar en los logros. Como dijo el neurobiólogo y director de la International Science Teaching Foundation, autor de varios libros, Héctor Ruiz Martín, “decimos que para aprender hay que hacer, pero no es verdad. Para aprender hay que pensar”. En verdad, en esta relación docente-alumn@, ambos enseñamos y ambos aprendemos, pero siempre «pensando».

Si bien el «saber hacer» constituye, sin lugar a duda, una de las bases de la competencia docente -junto con el «saber», el «saber ser» y el «saber aprender»-, ¡¿qué sería de esta competencia si no hubiera un proceso de reflexión, de pensamiento, sobre el camino transitado?! Dentro de la temática Habilidades Docentes y Gestión del Aula de ELE, analizamos cuáles son las competencias clave del profesor de lenguas y hemos reflexionado sobre cuáles son las que tenemos actualmente y cuáles nos falta aún mejorar. En este camino de autoconocimiento, hemos considerado como competencias clave a: organizar situaciones de aprendizaje, implicar a los alumnos en el control de su propio aprendizaje, evaluar el aprendizaje y la actuación del alumno. Luego, a estas centrales se le agregan: facilitar la comunicación intercultural, servirse de las TIC para el desempeño de su trabajo, participar activamente en la institución, gestionar sentimientos y emociones en el desempeño de su trabajo y desarrollarse profesionalmente como profesor de la institución.

Mientras ejercemos y nos formamos, debemos transitar nuestra trayectoria desde la reflexión y la autoevaluación continua y así, llegar a ser todo lo que implica ser un profesor de ELE como afirma la viñeta humorística de Antonio Forges: animador, educador, actor, maestro, psicólogo, guía turística, acompañante, traductor, ponente, lingüista, psiquiatra, diseñador, formador, escritor, dibujante, gesticuladora y paseante. O como afirman Cerrolaza, M. y Llovet, B. en su libro “Una visión humanista del aprendizaje/enseñanza de E/LE: valores y principios metodológicos”, el profesor es un tutor, monitor, organizador, facilitador, moderador, en definitiva, un estimulador y provocador de aprendizaje.

Pero más allá de esto, para lograr ser ese profesor-facilitador es prioritario replantearnos habitualmente si estamos reflexionando sobre los métodos de enseñanza, las dinámicas, las actividades y todo lo que implica enseñar, o si solo cumplimos con la clase, sumergidos en el ritmo veloz y estresante del mundo de hoy, sin siquiera ponernos a observar y a escuchar a los alumnos con sus necesidades e intereses. Tal vez, algunos dirán que sí, pero siempre es bueno recordar, como dicen las palabras bíblicas, que “por sus frutos los conoceréis”. Los adolescentes y los jóvenes son los frutos de la sociedad. Ojalá sean de una sociedad consciente.

Silvina Garrido Hermann

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